jueves, 11 de diciembre de 2008


Papeles de Le Rumeur Ediciones.
Por J.L. Mohedano

Puede parecer un tanto extraño que en un tiempo en el que casi todo se fía al ciberespacio, a las Web, a los bloggs… haya quienes se embarquen en una aventura tan alejada de estos conceptos de información, de cultura, de búsqueda del disfrute del ocio creativo montando una editorial clásica, sin ningún ánimo de lucro, a no ser que se entienda como lucro la satisfacción personal de quienes la integran, de quienes pretenden que ese objeto mágico que es un libro lleve el sentimiento, la pasión y el conocimiento de autores que no pueden aspirar a que empresas comerciales den forma tipográfica tangible al producto de sus sueños, de sus vivencias, de sus saberes que de alguna manera juzgan pueden tener también interés para una más o menos variada minoría de ciudadanos que como ellos deben levantarse cada día para ir a un trabajo, tratar de arreglar los problemas domésticos de sus familias y superar la casi obligada monotonía con la que se suceden las semanas, los meses y las estaciones del año.

En un tiempo de crisis como el que vivimos en los comienzos de este siglo XXI, es imprescindible que se puedan agitar las conciencias, desentumecer las neuronas, despertar el yo individual. No es momento para mirarnos el ombligo, de dejarnos ganar por un autismo suicida frente a las imágenes complacientes o alienantes que nos sirven las cien cadenas de televisión que a cada instante están disponibles en nuestro salones, con el simple gesto de pulsar unos botones. Es el momento de sentarse a disfrutar de lo vivido, de lo imaginado, de lo sentido por quienes, de alguna manera, se convierten en pequeños dioses al realizar sus actos de creación artística, sea plástica o literaria, unos con más pretensiones, otros con la humildad del cree que ha entendido algo después de mirar al mundo en el que le ha tocado vivir y que tiene que compartir ese algo con sus convecinos, con sus amigos, con cualquier desconocido que por unas horas pueda vibrar en la misma sintonía de quien ha hecho posible que un libro esté en manos de quien lo lee, con la suprema libertad que da el poder rechazar, aceptar, sufrir o disfrutar de lo que se está leyendo con el gesto soberano de abrir o de cerrar el libro.

Somos lo que entendemos, lo que amamos, lo que disfrutamos, lo que sufrimos, lo que recordamos pero, a veces, necesitamos que alguien nos lo exponga, nos lo ilumine, nos lo resalte, nos haga, en fin, reparar en ello destacándolo del tumulto de la cotidianidad que señala el devenir de los días, sirviendo de catalizador cuando llega hasta nosotros. Por eso, esta editorial, «Papeles de Le Rumeur» quiere ser una suerte de comadrona que ayude a dar a luz las creaciones de quienes no sólo tengan algo que decir, sino que sepan como decirlo y pretende, en definitiva, convertirse en el puente que permita poner en manos interesadas o inquietas los frutos de la creación personal de quienes no tienen posibilidad de hacerlo mediante los canales tradicionales de publicación.

Recordando la historia de los pueblos de nuestro Valle del Guadiato, la creación de una editorial avalada por una sociedad cultural, como es esta peñarriblense de «Le Rumeur» -cuyo nombre poco tiene que ver con deseos específicos de la reivindicación de una parte de nuestro pasado ciudadano, sino que tiene motivos tan prosaicos como es el de estar provisionalmente en esa dirección postal- sólo tiene un lejano precedente, y también en tiempos de crisis, justamente cuando había terminado la Primera Guerra Mundial, en 1919, cuando por todas partes sobraban aviones, camiones, armas; cuando los desmovilizados volvían a sus fábricas y reocupaban algunos de los puestos que masivamente habían ocupado las mujeres en la retaguardia para que los hombres pudieran morir mejor abastecidos y más “despreocupados” en las fangosas trincheras; cuando la contracción de la producción volcaba al paro a cientos de trabajadores, en la cuenca minera e industrial de Peñarroya y la todopoderosa Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya, que en la zona se había limitado a producir, producir y producir sin otra preocupación que la de aumentar sus beneficios –cualquier producto estaba vendido de antemano-, sin mejorar las condiciones laborales o productivas, dilatando las sociales y provocando, junto con un considerable aumento demográfico de las villas de Peñarroya y de Pueblonuevo del Terrible -que se convirtieron en poblaciones-hongo al atraer a parte de los habitantes que las rodeaban- un descontento generalizado que permitiría el fortalecimiento de los sindicatos afines a la UGT, fundamentalmente, y el de los anarcosindicalistas, cuyo poder la más de la veces desunido, se mediría casi infructuosamente con el de la multinacional francesa en los primeros años veinte con largas y porfiadas huelgas, como la famosa “de los tres meses” que todavía recuerdan los más mayores.

Los anarquistas habían hecho bandera de la cultura para todos y por ello luchaban tanto por la formación de las personas para alcanzar sus objetivos ideológicos, lo que se plasmaba en la existencia de numerosas escuelas regidas por maestros llamados racionalistas que trajeron, además, el esperanto como lengua universal y de fraternidad a la Cuenca. Veneraban el poder de la lengua escrita a la que dotaban de caracteres casi taumatúrgicos en medio de una sociedad mayoritariamente analfabeta. Por ello en los ateneos libertarios lo primero que se creaba era una biblioteca, además de suscribirse a las publicaciones periódicas de esta ideología y era frecuente el ver a alguno de aquellos ácratas rodeado por quienes no sabían leer escuchando con unción casi litúrgica las palabras que descifraban aquellos textos impresos.

En la lejana Peñarroya de aquellos días Higinio Noja junto con Aquilino Medina habían creado la agrupación “Vía Libre” que dio a luz a un periódico decenal con el mismo nombre. En Pueblonuevo del Terrible se crearía el “Centro de Estudios Sociales” en la entonces calle “Daniel Anguiano” –los republicanos ocupaban la alcaldía terriblense y sustituyeron el nombre de la “San Pedro”- que se convertiría en la primera sede de la interesante “Biblioteca de Renovación Proletaria”, creada y dirigida por el ya mencionado Aquilino Medina, en la que se publicarían obras de anarquistas históricos o de contemporáneos como Antonio Amador, Eusebio Carbó, Ricardo Mella, Salvador Cordón y otros antes de que se trasladara, una vez consumados los fracasos reivindicativos en la Cuenca Minera, con su creador a tierras sevillanas en las que la editorial sería una víctima más de la recién implantada Dictadura del General D. Miguel Primo de Rivera –que perseguiría intensamente a anarquistas y comunistas, mientras contemporizaba con los socialistas- no sin que antes hubiera dado a la imprenta más de dos docenas de títulos.