Escrito por José Arce el 18.12.08 a las 18:00 Archivado en: Críticas
Fuente: La Butaca
A sus 78 años, Clint Eastwood sigue sorprendiendo a propios y extraños con sorprendente naturalidad a ambos lados de la cámara. Su capacidad para escoger temáticas de lo más diversas y filtrarlas a través de una mirada que muestra una sensibilidad extraordinaria pasma por el continuo ascenso creativo y artístico de quien se ha convertido por méritos propios en un icono vivo del cine universal, esperemos que por muchos años. Y desde su “Mystic River” de 2003 no baja el listón, empeñado en sobrecogernos desde la silla de director.
Christine Collins (Angelina Jolie) sufre la peor pesadilla para una madre cuando una tarde, al volver del trabajo, su hijo ha desaparecido. Estamos en 1928, así que las pesquisas policiales no gozan de la efectividad actual, máxime en una ciudad de Los Ángeles devastada por la corrupción, la brutalidad y el crimen a ambos lados de la ley. Sin embargo, esta vez ha habido suerte, y el pequeño Walter aparece cinco meses después. Pero hay un problema: no es él. Lo más sorprendente de “El intercambio”, más allá de la soberbia interpretación de una Jolie que contagia su dolor al palco a través de una increíble y brillante mirada, es el retrato que el realizador dibuja de un momento en el que los Estados Unidos se suponían a punto de alcanzar la cima del poderío mundial pero estaban en realidad podridos en su raíz, con un grave atraso —en cierta manera, mantenido hoy— en lo tocante a los derechos civiles de sus ciudadanos y una alarmante falta de honestidad por parte de quienes debían vigilar por el buen cumplimiento de su tan idealmente cacareada democracia.
Transitamos junto a una mujer hundida a través de un camino desolador que refleja la solidaridad del pueblo y la incompetencia de los mandos, honrosa excepción hecha del reverendo Gustav Briegleb (genial John Malkovich), azote de los cuerpos de seguridad y de su pasividad ante el dolor de quienes a ellos confían su protección. Es un mundo gris, oscuro, falto de esperanza, un ambiente cercano al que respiramos hoy en día pero que podemos asimilar ensimismados gracias a una pureza técnica y una fluidez narrativa a todas luces sobresalientes. Eastwood nos lleva de un lado a otro de la investigación, inserta retazos de lo que realmente ha sucedido ofreciéndonos una verdad aún oculta a la dama que ejerce de potente centro de la historia; descubrimos qué sucedió, y eso hace más tormentosos los acontecimientos que llevan a averiguar la verdad.
Maravillosa en todos sus aspectos, sorprendentemente fácil de absorber —hablamos de un metraje que supera ampliamente las dos horas—, sensible, brutal y maravillosamente humana, estamos ante uno de los mejores trabajos de los últimos años, envuelto en una banda sonora pequeña, delicada, simple acompañamiento de un devenir terrible, puñetazo a una sociedad prepotente cuyos líderes prefieren ignorar sus limitaciones a renunciar a un pedazo de gloria mediática. En ocasiones cuesta creer lo que se ve, pero merece la pena abrirse a este nuevo regalo de un cineasta irrepetible. Porque es él quien levanta con soberana profesionalidad un relato que, en manos de otro, pudiera haber quedado a medio camino. La realidad supera la ficción, dicen, y este es uno de los mejores ejemplos. Uno de los que dan miedo, además.
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