jueves, 12 de febrero de 2009

Peñarriblenses en campos de concentración nazis



Peñarriblenses en los campos de exterminio nazis
Por J L Mohedano

Aquella mediodía del 13 de octubre de 1936, con la marcha del grupo que acompañaba al alcalde peñarriblense Fernando Carrión Caballero se completaba el abandono de Peñarroya-Pueblonuevo por la población leal al Gobierno legal republicano. Este éxodo de más de 20000 peñarriblenses también contenía a aquellos más o menos indiferentes a los que el terror que inspiraba la llegada en vanguardia de los moros, que con tanta habilidad explotaba desde los micrófonos de la radio sevillana el general rebelde Gonzalo Queipo de Llano, y a los que trató de recuperar en las semanas siguientes mediante la publicación de un bando en el que garantizaban su vuelta sin represalias si volvían en los tres días siguientes, pero que tuvo poco crédito.

Nuestros convecinos formaron comités de refugiados en las poblaciones que los acogieron para ayudarse mutuamente y, según sus edades, los niños fueron escolarizados y los mayores se fueron incorporando al nuevo Ejército de la República en las levas que se sucedieron o se incorporaron a las labores agrícolas, domésticas o fabriles, especialmente en la zona levantina en la que mecánicos, ajustadores, torneros, carpinteros, fundidores y demás trabajadores de la Sociedad de Peñarroya dejaron buen recuerdo por su valiosa preparación profesional en las fábricas de material de guerra.

Cuando llegó el final de la guerra, muchos de los que habían abandonado su tierra quisieron creer en las palabras de Franco de que nada habría de temer quien no tuviera las manos manchadas de sangre y regresaron como se fueron: a pie, en carros, en tren o en otros medio de fortuna para enfrentarse a los interrogatorios, los campos de concentración, los tribunales militares, la cárcel o la muerte porque no había llegado el tiempo de la Paz, sino el de la Victoria. Por ello quienes no se fiaban de las intenciones de los vencedores se expatriaron por la frontera francesa o a sus colonias norteafricanas creyendo que la tradicional hospitalidad gala les permitiría rehacer sus vidas. Pero en esta ocasión eran demasiados: casi medio millón.

Mirados con recelo por una población trabajada por la intensa propaganda de los fascistas de la “Croix de Fer” –mi abuelo me decía que si las elecciones francesas del 36 hubieran sido antes que las españolas hubiéramos visto los toros desde la barrera porque ellos hubieran sido los que hubieran sufrido la guerra- los refugiados españoles fueron encerrados en improvisados insalubles e inmundos campos de concentración al aire libre como los de Argelés o Saint Ciprien, simples alambradas cercando un trozo de playa, sin barracones, letrinas…

Algunos consiguieron salir al ser reclamados por conocidos establecidos en el país; otros pensaron que era mejor morir en España y volvieron, otros decidieron incorporarse a los batallones de fortificaciones o a los de marcha de la Legión Extranjera y su experiencia como combatientes se escribiría en las nombres de Narvik, el norte de África o en la liberación de París –los primeros blindados de la división del general Leclerc que llegaron hasta el Ayuntamiento llevaban los nombres de “Teruel”, “Brunete”, “Guadalajara”… y eran republicanos españoles los que los tripulaban- Y una vez derrotada Francia por los nazis en 1940, los exiliados españoles se incorporaron masivamente al maquis del sur de la colaboracionista Francia del mariscal Petain, pues para ellos esta lucha era continuación de la que habían comenzado en España.

No es extrañar pues que cuando eran detenidos fueran enviados a los campos de concentración y luego a los tristemente célebres campos de exterminio nazis de Gusen y Mathausen, en los que la letra “S” (Spaniem) los identificaba entre los deportados de las demás nacionalidades, aunque en este caso casi equivalía a apátrida porque el dictador Francisco Franco no los reconocía como españoles. Esa fue la ruta seguida por lo menos por diecisiete peñarriblenses -pues no aparecen recogidos como tales en el “LIBRO MEMORIAL” aquellos otros que habían nacido en otras poblaciones pero que aquí habían encontrado trabajo y hogar, lo que quizás aumentara bastante ese número- Once de ellos murieron allí, seis fueron liberados al llegar los norteamericanos y de uno se desconoce su paradero.

El Cronista de Posadas me ha comentado que el Gobierno francés da unas indemnizaciones de 27000€ a sus hijos y se ha ofrecido a ayudarlos a conseguir ese dinero, pues ya tiene experiencia entre los vecinos de su pueblo, por lo que creo conveniente divulgar los nombres de estos diecisiete peñarriblenses que lucharon, sufrieron y murieron por la Libertad y la Democracia en tierras lejanas, y hacer un llamamiento para que familiares o conocidos, si lo estiman conveniente, se pongan en contacto conmigo, para intentar que sus nombres no queden borrados por el tiempo y la desidia.

Los únicos datos que poseo de ellos son los que me ha facilitado mi compañero y, naturalmente desde aquí los pongo a disposición de quien los desee a través de esta dirección de correo electrónica lerumeur@hotmail.es
Estos son los nombres:
a) Fallecidos en los campos:

Lucas Ávalos Portero José Fernández Rodríguez Rafael Juan Montero
Juan Moral Milla Mariano Ortega Moreno Francisco Pérez Vacas
José Tejeda Hidalgo Julián Vigara Murillo Félix Paredes Consuegra
Andrés Fernández Narro Ernesto Tejada Molina

b) Liberados:

Juan Ramos Romero José Murillo Campos Francisco Herrero
Manuel Camacho Romero Rafael Balsera Luengo Alonso García Reseco
c) Desaparecido: Ernesto Tejada Molina

El nombre de los demás muertos y desaparecidos en los campos de exterminio nazis de los pueblos de la Mancomunidad de Municipios del Valle del Guadiato también aparece en el mencionado LIBRO MEMORIAL, uno de cuyos ejemplares fue enviado a cada uno de los ayuntamientos en 2006 o principios de 2007, aunque también hago extensibles a sus posibles familiares el ofrecimiento de ayuda precedente.