
Coppola y el tiempo
Por Rafael Arias Carrión
¿Qué hacemos con el tiempo cuando somos un anacronismo?
En diversas páginas de la novela de Mircea Eliade, Tiempo de un centenario (Tinerete farade tienerete, Editorial Kairón, Barcelona, 1999), que Francis Ford Coppola adaptó en Youth Withouth Youth (2007), el escritor hace decir a su protagonista, Dominic Mattei: «¿Qué hacemos con el tiempo?». Tanto Mircea Eliade como Coppola se han hecho muchas veces esa pregunta. En el caso del director de la recientemente estrenada Tetro (2009), ocupa un espacio destacado en muchas de sus películas y es capital en cuatro de ellas: Peggy Sue se casó (Peggy Sue Got Married,1986), Drácula, de Bram Stoker (Bram Stoker’s Dracula, 1992), Jack (1996) y Youth without Youth (2007). Supongo que un acontecimiento central para esa percepción y preocupación por el tiempo se encuentra en ese largo año de convalecencia y soledad, padecida cuando el futuro director tenía nueve años, debido a una enfermedad tan contagiosa como la poliomielitis. En ese largo tiempo, y aún más desde la percepción de un niño, Coppola debió de ver como el tiempo se escapaba en una rutina mínima, en la que solo su imaginación le permitía huir de la cama. Debió de sentir que el tiempo se escurría, que desaparecía y que, probablemente, no volvería.
También es cierto que en las películas citadas la percepción temporal funciona de forma diferente en cada una de ellas, la pregunta mencionada obtiene respuestas diferentes, desde planteamientos igualmente distintos. Como afirma Peggy Sue (Kathleen Turner) y sea extensible al conde Drácula, Jack y Dominic Mattei, «Soy un anacronismo ambulante», lo que los hace sentir el tiempo como algo relativo, diferente, como le sucede al protagonista del relato de Jorge Luis Borges El inmortal, cuando se encuentra en el país de los trogloditas: «Pensé que Argos y yo participábamos de universos distintos, pensé que nuestras percepciones eran iguales pero que Argos las combinaba de otra manera y construía con ellas otros objetos; pensé que acaso no había objetos para él sino un vertiginoso y continuo juego de impresiones brevísimas».

Fotograma: Drácula
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