
Por J. L. Mohedano
En este año en el que se ha cumplido el segundo centenario del nacimiento de uno de los científicos más importantes en la historia de
La teoría de Darwin, desde entonces -y a pesar de haber sido atacada por filósofos, por científicos más atentos a sus creencias religiosas que a
La selección natural explica que algunos individuos presenten una mayor resistencia a algunas enfermedades -o la existencia del temible virus de la gripe A que nos amenaza al final del verano-. Los pueblos con larga tradición ganadera, como los occidentales y otros pueblos africanos, son capaces de asimilar la leche de adultos, mientras que el resto de los humanos y todos los demás mamíferos solo puedan digerirla cuando son lactantes. También explica por qué los occidentales nos estamos convirtiendo en una sociedad de obesos, diabéticos, hipertensos y colesterosos: la evolución nos ha dotado de instintos que nos empujan a consumir todo el dulce que podamos, -hace miles de años los dulces tenían poca cantidad de azúcar y había que consumirlos en abundancia-. Otro tanto nos sucede con la grasa, que tanto esfuerzo costaba conseguir a nuestros antecesores.
Como estos instintos no han evolucionado con la razón cultural generada con la adopción de nuestros actuales hábitos de vida, razón que pretende con mucha menos fuerza oponerse lo que nos hace encontrarnos con problemas de difícil solución que podríamos aminorar recuperando ciertos hábitos de nuestros antepasados: comidas naturales y equilibradas (la magnífica dieta mediterránea); realizando más ejercicio físico; reduciendo la contaminación atmosférica; el nivel de ruido… La recompensa vendría en forma de menos enfermedades metabólicas, cardiovasculares, orales y digestivas o del aparato locomotor.
Y también en cuanto se refiere a nuestra salud mental, la medicina darvinista tiene su importancia al recordarnos que nuestros lejanos antepasados tienen mucho que enseñarnos todavía con su dedicación a contar historias y a relacionarse personalmente. Ahora tenemos miles de historias en libros, periódicos, películas, documentales... Pero la comunicación interpersonal, que parecería que se ha agigantado con la adopción de Internet, no deja de ser el solitario mensaje en una botella de ciberbites de alguien que está en soledad hacia otras personas que nadan en sus propias soledades que, en general, no serían capaces de mantener ese trato de tú a tú físicamente, tan vital para alcanzar el equilibrio emocional tan necesario en las relaciones humanas de nuestro tiempo.
Hasta aquí lo que me ha «prestado» el paleontólogo Juan Luís Arsuaga de uno de los capítulos de su magnífico libro-homenaje “El reloj de Mr. Darwin”, de lectura amena, didáctica e imprescindible para quienes deseamos aprender algo sobre este tema de la evolución de las especies y del hombre, para lo que integra en el mismo discurso a científicos de diferentes épocas en un debate plural y apasionado, por lo que he creído que debería contarlo a mi vez.
Pero la sabiduría popular ya recogió estas afirmaciones de
«Poco plato, mucho trato y mucha suela de zapato».