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"Toda su vida estuvo muriéndose", dijo de él Berlioz. Y lo cierto es que la imagen de un Chopin en permanente estado de consunción física ha marcado en gran medida la interpretación de su música, que se ha presentado en demasiadas ocasiones desvinculada de su contexto histórico, como si el compositor se encontrara a la hora de escribirla en una especie de realidad paralela trascendente. El carácter nostálgico y esencialista de buena parte de la producción del músico polaco ha incidido en este mismo aspecto, lo que ha colocado frecuentemente sus creaciones en un resbaladizo límite entre la profundidad poética y la relamida cursilería.Acusada a menudo de un preciosismo algo vacuo y mecanicista, que podía llegar a rozar el almibaramiento, Maria João Pires ha buscado en su nuevo trabajo chopiniano una desnudez en la expresión que si asume parte de esa visión transida del polaco es por la vía de la sobriedad y la esencialización del discurso y no por la del excesivo acicalamiento. Cierto que en el Largo de la Sonata nº3 aparecen rasgos evidentes de ese engolfamiento en la pura belleza del sonido y que los dos Nocturnos de la Op.62 están matizados con tanto detalle por la progresividad de las dinámicas y el estiramiento de las frases que uno queda embelesado por lo que la sonoridad tiene de envolvente y mágica, pero globalmente hay aquí una mirada más intelectual que hedonística, más interesada en la arquitectura de las piezas que en su color o su potencial sensualidad.
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