En los anales de la pintura llamada naïf –tal vez por su proximidad a la manera de ser de los niños–, hay un cuadro del que fue, probablemente, su pintor más excelso, el haitiano Obin, titulado Pont-médisant sur la route de Millot. Un personaje montado a caballo atraviesa el puente, indiferente a lo que allí se cuece. Apoyado en la baranda de la izquierda, pero de pie, alguien mira al animal como si allí no se barruntara nada, mientras que, sentado en el lado opuesto, otro le habla a una moza de a pie a poca distancia. En el cauce del río, unas plantas verdes animan algo el escenario. Y nada más.
En el cuadro está todo lo imprescindible para montar un relato. Alguien que medita; otro que se desplaza a alguna parte; un tercero que le dice algo ininteligible a una joven en busca de compañía. El pintor oriundo del norte de Haití quiso decirnos «no hace falta más para liarla», basta la fase del chismorreo y la maledicencia. Es una visión tranquila del mundo que nos rodea. No pasa casi nada. Nadie vitupera a nadie. Es lo que aparenta ocurrir cuando se ignora –no tenemos más remedio por nuestro tamaño– la truculencia del mundo microbiano. Somos demasiado grandes para percibirlo y demasiado pequeños para concebir la vida galáctica.
En el cuadro está todo lo imprescindible para montar un relato. Alguien que medita; otro que se desplaza a alguna parte; un tercero que le dice algo ininteligible a una joven en busca de compañía. El pintor oriundo del norte de Haití quiso decirnos «no hace falta más para liarla», basta la fase del chismorreo y la maledicencia. Es una visión tranquila del mundo que nos rodea. No pasa casi nada. Nadie vitupera a nadie. Es lo que aparenta ocurrir cuando se ignora –no tenemos más remedio por nuestro tamaño– la truculencia del mundo microbiano. Somos demasiado grandes para percibirlo y demasiado pequeños para concebir la vida galáctica.

El Pont-médisant… representa más de un 90 por ciento de la realidad. Es la vida antes de que estallen en algunos lugares muy localizados el furor y la desvergüenza: como en Iraq, Afganistán o el Congreso de los Diputados. La casi totalidad de la existencia transcurre en un silencio amoroso: gente que se saca unos a otros los piojos mientras sonríen; ojos penetrantes que desde un banco de piedra miran al río bajar a la mar; conductores de trenes de cercanías que, cuando les dejan, disfrutan del paisaje que va desvelando la máquina; tímpanos apacibles de médicos escuchando los latidos de un corazón ansioso; los entramados emocionales idénticos de los niños y sus mascotas descubriendo el mundo todavía inexplorado; y el esplendor vegetal.
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