sábado, 14 de noviembre de 2009

Especial Malditos bastardos


Malditos bastardos
Por José Francisco Montero
Celuloide quemado

Desde Reservoir Dogs (1992) hasta Malditos bastardos el trayecto de la obra de Tarantino va desde el que parte del cine para llegar a otro sitio, al del que parte de cualquier sitio para acabar en el cine. Y la ventaja de Malditos bastardos es que aquí Tarantino no engaña a nadie, el carácter del cine como destino es literal: todo sucede en su última película alrededor del cine, con diversos personajes relacionados de una forma u otra con él, culminando en la secuencia cercana al final en que todos los personajes de la historia —y algunos de la Historia— confluyen en una sala de cine —como ya lo hacía Grindhouse (2007), el proyecto conjunto de Tarantino y Robert Rodríguez, con la colaboración de otros realizadores—. A pesar del patente anclaje de las primeras películas de Tarantino en unas determinadas tradiciones convenientemente reelaboradas, en ellas aún le interesaba ir más allá. Cuando en Reservoir Dogs el falso policía infiltrado en la banda de atracadores —un personaje prototípico del cine policíaco— se veía obligado a matar a una inocente conductora, el personaje y las implicaciones de su acción interesaban por sí mismos; así como la naturaleza de las relaciones entre algunos personajes de esta película —las que mantienen el señor Blanco y el señor Naranja, por ejemplo— resultaban determinantes en su desarrollo, y Tarantino sabía exponerlas con convicción, incluso con emoción; de forma similar, cuando las alteraciones de la linealidad narrativa en Pulp Fiction nos permitían seguir las evoluciones de un personaje que unas escenas antes habíamos podido ver cómo era asesinado, esta estructura nos sugería el carácter casi fantasmal de estos personajes y el fatalismo de su destino; sin embargo, cuando vemos, por ejemplo, las escenas finales de Malditos bastardos, interesa menos, creo, el destino de sus personajes que el ingenio del juego intelectual y metacinematográfico que nos propone Tarantino. No se trata de un retroceso en su obra, de un descenso de calidad, sino simplemente de una apuesta estilística —hasta cierto punto— diferente: lo cierto es que la obra de Tarantino se ha ido haciendo progresivamente más cerrada al exterior, más autárquica, más reflexiva

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