miércoles, 13 de enero de 2010

Críticas Cine: The Box



The Box

Por Sergio Vargas


Sartre nunca lo haría

Recuerdo que hace quince o dieciséis años, allá por primero o segundo de BUP, la profesora de ética nos planteó un dilema moral. ¿Qué haríamos si un ente superior nos ofreciera tener la vida solucionada económicamente a cambio de la muerte de un pescador chino al que no conociésemos de nada? Eso dio para una clase entera con diversidad de opiniones que iban desde los que no dudaban en uno u otro sentido hasta los que se lo pensaban largo y tendido y concluían que no sabían lo que harían (quedaría bien decir que no, pero mi caso era el de los que dudaban). Norma (Cameron Diaz) y Arthur (James Marsden), el matrimonio protagonista de The Box, se enfrentan a un dilema muy similar, como ya lo hacen los personajes del relato Button, Button (1970) de Richard Matheson que Peter Medak llevó a la televisión en la serie Más allá de los límites de la realidad (The Twilight Zone. Rod Serling, 1985-1989. CBS) en 1986. Lo que en nuestra clase y en la serie se quedaba en una anécdota (sin final aunque con muchas posibilidades en el primero de los casos, y con un final sorprendente pero abierto en el segundo), el joven realizador Richard Kelly (Donnie Darko [id., 2002] Southland Tales [id., 2006]) se lo pule en veinte minutos, poco después de que Norma ejerza de moderna Pandora para comenzar a contarnos lo que sucede después, es decir, da vida a ese final abierto.

Hasta ahora, con sus dos películas, Kelly había demostrado que hacía cine de autor y de ciencia-ficción, y sus obsesiones estaban claras: las realidades paralelas, los viajes en el tiempo y el fin del mundo. El pan nuestro de cada día, vaya. Muchos, con gran pena y dolor por observar como otro joven talento se echaba a perder en manos de lo comercial sacrificando lo personal, imaginábamos que con un punto de partida como el de The Box todo eso que tanto nos gusta se iba a acabar, pero poco a poco, para nuestro regocijo, empezamos a comprobar cómo Arlington Steward (un genial Frank Langella), el hombre misterioso que les hace la proposición indecente, insinúa que el destino de la humanidad puede depender de lo que la gente haga con esas unidades del botón, que tal vez los humanos merezcan morir si prefieren satisfacer sus propios deseos personales sin importarles pisotear al resto, o a paladear la secuencia en la biblioteca, con las tres puertas a las que se enfrenta Arthur, y ese fluido, tal vez agua, tal vez no, que lo envuelve y que tras una especie de viaje dimensional lo deposita en su dormitorio encharcado, como recién salido del útero materno.

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