
La duquesa
Por Enrique Pérez Romero
La excelente compositora Rachel Portman logra en este filme británico (en coproducción con Italia y Francia) algo que no consiguen ni su director (el casi novel Saul Dibb) ni su voluntariosa pero limitada protagonista, Keira Knightley: momentos de brillantez. Portman, que ganó un Oscar por Emma y estuvo nominada por Las normas de la casa de la sidra y Chocolat, aporta al filme un tema principal y leitmotiv que se adapta magníficamente a los diversos estados emocionales de sus protagonistas, y construye en torno a él una partitura funcional, eficaz y vibrante, que transmite una pasión que, debiendo ser el eje emocional del filme, brillaría por su ausencia si no fuese por la compositora inglesa.
La duquesa vuelve a contar una historia (pre-victoriana) de mujeres sometidas a los hombres, de sentimientos soterrados bajo intereses, de una decadente clase alta, de hombres mediocres y mujeres brillantes, de frágil belleza externa bajo la que se esconde una inefable corrupción moral. Todo nos suena a visto y oído, porque todo ha sido ya contado. El habitual esfuerzo de producción nos brinda una película impecable en todos los aspectos técnicos, pero que no logra ofrecernos más de lo que esperamos; tampoco menos, y de ahí esa sensación final agridulce, mezcla de una previsible satisfacción y una temida frustración.
Por Enrique Pérez Romero
La excelente compositora Rachel Portman logra en este filme británico (en coproducción con Italia y Francia) algo que no consiguen ni su director (el casi novel Saul Dibb) ni su voluntariosa pero limitada protagonista, Keira Knightley: momentos de brillantez. Portman, que ganó un Oscar por Emma y estuvo nominada por Las normas de la casa de la sidra y Chocolat, aporta al filme un tema principal y leitmotiv que se adapta magníficamente a los diversos estados emocionales de sus protagonistas, y construye en torno a él una partitura funcional, eficaz y vibrante, que transmite una pasión que, debiendo ser el eje emocional del filme, brillaría por su ausencia si no fuese por la compositora inglesa.
La duquesa vuelve a contar una historia (pre-victoriana) de mujeres sometidas a los hombres, de sentimientos soterrados bajo intereses, de una decadente clase alta, de hombres mediocres y mujeres brillantes, de frágil belleza externa bajo la que se esconde una inefable corrupción moral. Todo nos suena a visto y oído, porque todo ha sido ya contado. El habitual esfuerzo de producción nos brinda una película impecable en todos los aspectos técnicos, pero que no logra ofrecernos más de lo que esperamos; tampoco menos, y de ahí esa sensación final agridulce, mezcla de una previsible satisfacción y una temida frustración.
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