domingo, 14 de junio de 2009

Dragolandia



DRAGOLANDIA: Mascarillas

Cuando Blasco Ibáñez llegó a Tokio en 1922 (o quizá en el 23. No tengo la cita a mano) se quedó muy sorprendido al ver que casi todo el mundo llevaba mascarilla. Lo cuenta en un libro interesantísimo, divertidísimo y hoy descatalogado: La vuelta al mundo de un novelista.

¿No anda por ahí un editor que lo rescate? Hágalo Baeta en Siete Leguas. Es un tocho, pero podría publicarse por entregas.

Blasco Ibáñez llegó al extremo de pensar, y así lo cuenta, que en Japón se había declarado una terrible epidemia de cáncer de nariz. No había tal, pero lo que sí se había producido tan sólo unas semanas antes, o acaso días, fue el mucho más terrible y temible terremoto de Yokohama, en el que murió un millón de personas y decenas de miles de casas de madera con paramentos de papel de arroz ardieron como si fuesen fósforos.

El centro de Tokio se convirtió en una inmensa hoguera, pero los vecinos de la ciudad no llevaban mascarillas para filtrar el humo que impregnaba el aire, sino para no coger la gripe ni contagiarla al prójimo.

Los japoneses son así: gente educada, muy mirada y siempre obsesionada por la higiene.

Lo eran ya entonces, cuando Blasco Ibáñez los visitó, y lo seguían siendo cuarenta y cinco años después, cuando servidor (de nadie) llegó a ese país y se estableció en él.

A mí también me sorprendió ver a los tokiotas provistos de mascarillas. No habían renunciado a ellas. Las llevaban por la calle, en el metro, en los trenes, en los tranvías, en los autobuses y hasta en las oficinas.

Fue precisamente en Tokio, casi recién aterrizado, cuando leí el libro de Blasco Ibáñez y comprobé que casi nunca hay nada nuevo bajo el sol. Ni siquiera en Japón.

Leer artículo completo en el blog de Fernando Sánchez Dragó