martes, 11 de agosto de 2009

Francis Ford Coppola: Tetro + Youth Without Youth


El regreso de Coppola

Más allá de juicios valorativos acerca de la calidad e importancia de su obra, probablemente es Francis Ford Coppola el cineasta cuya trayectoria mejor representa la de su generación, aquella que fue llamada como Nuevo Hollywood, o la generación de los film-brats, y que sin duda alguna perfiló los rasgos definitorios del cine americano de los años setenta, un grupo de realizadores —bien heterogéneos entre ellos, es cierto— que se propuso a sí mismo, desde finales de los años sesenta, como el principal impulso que llevara al renacimiento del Hollywood clásico —en esa época en serio proceso de descomposición y con los cineastas que lo hicieron posible muertos o en jubilación forzosa— convenientemente actualizado [1], que intentó armonizar las propuestas personales con los imperativos industriales, todo ello en una época particularmente convulsa de la historia americana. Y ello porque en ninguno de ellos esta tensión entre lo viejo y lo nuevo es tan palpable como en Coppola, y probablemente ningún hecho resulta hoy tan paradigmático de las ambiciones de esa generación, y de un fracaso que estuvo acompañado, sin embargo, por una de las épocas de mayor esplendor y más estimulantes de su historia cinematográfica, como la accidentada vida de Zoetrope, la utópica y visionaria productora que Coppola fundara a finales de los sesenta, a imagen de las grandes productoras del pasado, pero también a la vanguardia tecnológica y, sobre todo, al servicio de un concepto diferente del cine, al margen de que fuera un nuevo descalabro comercial de dimensiones colosales, el de La puerta del cielo (Heaven’s gate. 1980), dos años antes, el que rubricara la oficial defunción de esa generación que el fracaso de Corazonada (One from the Heart. 1982) no hizo sino confirmar —aunque, si exceptuamos al propio Cimino, que encontró enormes dificultades para continuar su carrera, o el caso de Hal Ashby, muerto en 1988, todos los integrantes de esta generación han proseguido sus carreras con cierta normalidad, y con mayor o menor fortuna, hasta la actualidad, si bien, en cualquier caso, desde unos planteamientos distintos, como desde luego ocurrió con Coppola [2]—, pasando el cine americano al en líneas generales bastante más conservador y adocenado cine de los ochenta, coincidiendo con la llegada de Ronald Reagan a la Presidencia, precisamente un antiguo y mediocre actor de la vieja guardia que acabó de finiquitar una época de utopías y, más particularmente, al Nuevo Hollywood, como si ese enorme relato que llamamos Historia actuara a veces de formas misteriosas pero atenta a los símbolos más propios de los pequeños relatos que llamamos ficciones.



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