
Se cumple una década desde la publicación de esta obra del autor de Esperando a los bárbaros. Como en toda obra importante, en Desgracia lo que se dice es mucho más importante que lo se cuenta. Coetzee nos refiere una historia que transcurre en su Sudáfrica natal en la época posterior a la abolición del ominoso apartheid, y esta historia es la de varias violencias. Violencias que como un boomerang tienen un viaje circular: de ida y vuelta.
La violencia sexual que impregna el relato tiene muchos matices y se nos presenta problematizada, puntuada, diría yo, entre posibles interrogantes de índole moral, social y racial. No resulta casual que Lurie, protagonista bajo cuyo punto de vista vamos a ver toda la historia, abuse de una alumna de origen nativo y que los perpetradores del abuso de su hija Lucy sean nativos también. El abuso que perpetra David Lurie no es propiamente una violación en el sentido estricto del término, sino un abuso en la medida de que él está investido de un poder superior ante la alumna: él es el hombre de 52 años: ella, una chica de 20; él es el profesor: ella la alumna; él es blanco, ella negra. Él sabe lo que quiere ( la quiere a ella, o más bien, la desea) y ella no sabe cómo responder a este deseo y se somete. Sin embargo, este hecho trasciende a los dos protagonistas. Al hacerse público, se hace problemático. Al fin y al cabo, ella accedió a tener sexo con él, y no es menor de edad. Él, a pesar de su edad ¿no puede ya tener deseo? Nos enfrentamos a una serie de tópicos, a menudo hipócritas. El sexo entre un hombre viejo con una joven, el sexo entre un profesor y su alumna. Los otros, los que juzgan ¿desde qué perspectiva, con qué autoridad juzgan este hecho? Y sobre todo, los protagonistas ¿se sienten culpables? ¿por qué? ¿existe el lugar de la culpa? ¿es ésta necesaria para la redención o para el olvido?
La violencia sexual que impregna el relato tiene muchos matices y se nos presenta problematizada, puntuada, diría yo, entre posibles interrogantes de índole moral, social y racial. No resulta casual que Lurie, protagonista bajo cuyo punto de vista vamos a ver toda la historia, abuse de una alumna de origen nativo y que los perpetradores del abuso de su hija Lucy sean nativos también. El abuso que perpetra David Lurie no es propiamente una violación en el sentido estricto del término, sino un abuso en la medida de que él está investido de un poder superior ante la alumna: él es el hombre de 52 años: ella, una chica de 20; él es el profesor: ella la alumna; él es blanco, ella negra. Él sabe lo que quiere ( la quiere a ella, o más bien, la desea) y ella no sabe cómo responder a este deseo y se somete. Sin embargo, este hecho trasciende a los dos protagonistas. Al hacerse público, se hace problemático. Al fin y al cabo, ella accedió a tener sexo con él, y no es menor de edad. Él, a pesar de su edad ¿no puede ya tener deseo? Nos enfrentamos a una serie de tópicos, a menudo hipócritas. El sexo entre un hombre viejo con una joven, el sexo entre un profesor y su alumna. Los otros, los que juzgan ¿desde qué perspectiva, con qué autoridad juzgan este hecho? Y sobre todo, los protagonistas ¿se sienten culpables? ¿por qué? ¿existe el lugar de la culpa? ¿es ésta necesaria para la redención o para el olvido?
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