
Vuelve un clásico del teatro del siglo XX, de más actualidad que nunca
Mario Gas y Jordi Boixaderas nos traen la mejor 'muerte de un viajante'
Mario Gas y Jordi Boixaderas nos traen la mejor 'muerte de un viajante'
Emilio Martínez
Sublime sin interrupción. Así ha cuadrado Mario Gas su versión de esa obra mítica y, ¡ay!, tan actual ahora a los 60 años de que la pariera Artur Miller, que es 'Muerte de un viajante'. Con un equipo de producción y montaje excepcional y un Jordi Boixaderas perfecto en el papel de Willy Loman, el Teatro Español de Madrid alcanza el máximo y la mejor de las versiones que se ha hecho en décadas de esta obra.
El pesimismo que derrocha en cantidades industriales el original de Arthur Miller, con su profundo análisis -marxista, por supuesto- no sólo de la sociedad americana tras la depresión del 29 y la Primera Guerra Mundial, sino de la condición humana, cala hondo y estremece las fibras sensibles de los espectadores. Pero no importa, la extraordinaria calidad del conjunto de la representación les lleva a salir encantados. Tristes, pero felices con lo visto y sentido.En estos oscuros tiempos de prejubilaciones y expedientes de regulación de empleo, la parábola de la obra alcanza toda su crudeza. Y es que esta historia de la posguerra norteamericana demuestra su verdadera fuerza porque mantiene su validez en cualquier tiempo y lugar. "Jamás imaginé que adquiriría las proporciones que ha tenido", comentó su autor en más de una ocasión.
Sublime sin interrupción. Así ha cuadrado Mario Gas su versión de esa obra mítica y, ¡ay!, tan actual ahora a los 60 años de que la pariera Artur Miller, que es 'Muerte de un viajante'. Con un equipo de producción y montaje excepcional y un Jordi Boixaderas perfecto en el papel de Willy Loman, el Teatro Español de Madrid alcanza el máximo y la mejor de las versiones que se ha hecho en décadas de esta obra.
El pesimismo que derrocha en cantidades industriales el original de Arthur Miller, con su profundo análisis -marxista, por supuesto- no sólo de la sociedad americana tras la depresión del 29 y la Primera Guerra Mundial, sino de la condición humana, cala hondo y estremece las fibras sensibles de los espectadores. Pero no importa, la extraordinaria calidad del conjunto de la representación les lleva a salir encantados. Tristes, pero felices con lo visto y sentido.En estos oscuros tiempos de prejubilaciones y expedientes de regulación de empleo, la parábola de la obra alcanza toda su crudeza. Y es que esta historia de la posguerra norteamericana demuestra su verdadera fuerza porque mantiene su validez en cualquier tiempo y lugar. "Jamás imaginé que adquiriría las proporciones que ha tenido", comentó su autor en más de una ocasión.
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