Jaume Collet-Serra firma un thriller gélido e inquietante en el que Isabelle Fuhrman brilla con luz propia, turbador eje central de una historia que se aleja de propuestas similares por su coherencia y su firmeza estructural.
Kate (Vera Farmiga) y John (Peter Sarsgaard) forman un joven matrimonio aparentemente feliz, lastrado por la reciente pérdida de la que sería la tercera de sus hijas, fallecida antes de nacer por complicaciones en el embarazo. Una puerta abierta a la superación de ese dolor es la adopción de la pequeña Esther (Isabelle Fuhrman), aunque poco a poco se irán percatando de hay algo extraño en su comportamiento. Tras las buenas sensaciones que dejó en los aficionados al género con “La casa de cera”, el catalán Jaume Collet-Serra afianza su posición en Hollywood con una propuesta gélida, inquietante e implacable, que seduce al espectador al tiempo que le sumerge en un constante estado de desasosiego con epatante sencillez y orquestada, minuciosa naturalidad.
Sabedor de que buena parte de la efectividad del material que maneja depende del tratamiento que otorgue al mismo, el realizador es el primero en orientar el ánimo del palco hacia la desconfianza para con la nueva integrante de la familia, que despierta nuestro recelo aún cuando su supuesta naturaleza vil y desalmada ni siquiera se ha manifestado en modo alguno. La cámara es el ojo voyeur con el que el público descubre que la tragedia es el elemento dominante en el clan, con episodios pasados que se van revelando y reactivando despertando rencillas y vicios aparentemente superados pero dinamitados por el halo perverso que rodea cada aparición de la tremenda y turbadora Isabelle Fuhrman, que salva de manera espectacular la responsabilidad de cargar a su personaje de emociones y transmitirlas con sólo un gesto, una mirada. A pesar de que los derroteros por lo que se mueve la cinta son de sobra conocidos, es precisamente esa incomodidad permanente, esa falta de humor, esa fría e inclemente sensación de que lo peor está por llegar, la que distancia esta propuesta de otras hermanas temáticas, abundantes pero inferiores la mayoría de ellas.
Kate (Vera Farmiga) y John (Peter Sarsgaard) forman un joven matrimonio aparentemente feliz, lastrado por la reciente pérdida de la que sería la tercera de sus hijas, fallecida antes de nacer por complicaciones en el embarazo. Una puerta abierta a la superación de ese dolor es la adopción de la pequeña Esther (Isabelle Fuhrman), aunque poco a poco se irán percatando de hay algo extraño en su comportamiento. Tras las buenas sensaciones que dejó en los aficionados al género con “La casa de cera”, el catalán Jaume Collet-Serra afianza su posición en Hollywood con una propuesta gélida, inquietante e implacable, que seduce al espectador al tiempo que le sumerge en un constante estado de desasosiego con epatante sencillez y orquestada, minuciosa naturalidad.
Sabedor de que buena parte de la efectividad del material que maneja depende del tratamiento que otorgue al mismo, el realizador es el primero en orientar el ánimo del palco hacia la desconfianza para con la nueva integrante de la familia, que despierta nuestro recelo aún cuando su supuesta naturaleza vil y desalmada ni siquiera se ha manifestado en modo alguno. La cámara es el ojo voyeur con el que el público descubre que la tragedia es el elemento dominante en el clan, con episodios pasados que se van revelando y reactivando despertando rencillas y vicios aparentemente superados pero dinamitados por el halo perverso que rodea cada aparición de la tremenda y turbadora Isabelle Fuhrman, que salva de manera espectacular la responsabilidad de cargar a su personaje de emociones y transmitirlas con sólo un gesto, una mirada. A pesar de que los derroteros por lo que se mueve la cinta son de sobra conocidos, es precisamente esa incomodidad permanente, esa falta de humor, esa fría e inclemente sensación de que lo peor está por llegar, la que distancia esta propuesta de otras hermanas temáticas, abundantes pero inferiores la mayoría de ellas.