viernes, 15 de mayo de 2009

LOS HUÉSPEDES. Felipe Sérvulo


Ocurre que un día te apercibes que las palabras, los recuerdos, los atardeceres o el color de unos ojos, no se borran. Perduran más allá del mero encuentro y se adhieren a ti como esos tatuajes de moda, los cuales debes llevar a donde quiera que vayas.

Pero a diferencia de los tatuajes, esos eventos, esas sensaciones, esas luces... se absorben por la epidermis, traspasan los músculos, los huesos y se alojan en el tuétano, en los sesos; con la particularidad de que no han pedido permiso para invadir tanta intimidad. Ruidosos y desvergonzados, rebrotan en los lugares más inoportunos, al principio con cierta timidez para, poco a poco, hacerse molestos e insistentes hasta que consiguen irritarte.

Entonces, le abres la puerta para que se vayan por donde vinieron, pero fracasas tantas veces como lo intentas. Los huéspedes, los tenaces e inoportunos huéspedes, permanecen a tu pesar, descubriendo un buen día, con cierto estupor, que son parte inseparable de ti, como tu pelo, tus años, o tus ojos.