jueves, 17 de diciembre de 2009

Críticas Cine: LLuvia de albóndigas



“Lluvia de albóndigas”: Una deliciosa locura

José Arce


Buffet libre de locuras en una producción que no deja indiferente por lo ultra acelerado de su ritmo y lo definitivamente descacharrante de su premisa y desarrollo. Diversión a raudales para grandes, pequeños y medianos.

Flint (voz de Bill Hader en la versión original) es un bicho raro. Más preocupado por la ciencia y sus cachivaches que por jugar y divertirse con sus compañeros de clase, pasa las horas en su laboratorio, versión propia de lo que sería la cabaña en el árbol de todo pequeño norteamericano que se precie, según nos ha contado el cine yanqui tradicionalmente. Marginal pero con el impulso de convertir sus sueños realidad, su gran oportunidad le llegará ya siendo adulto, cuando fruto en parte del azar idea una máquina que convierte el agua en chaparrones del alimento que desee. “Lluvia de albóndigas” ─afortunada traducción de “Cloudy with a chance of meatballs”, expresión habitual de los meteorólogos en Estados Unidos─ eleva a Sony Pictures a la altura de los grandes nombres de la animación, con un producto tan valiente por lo arriesgado como irresistible por lo descerebrado de la historia que presenta.


Desde la misma localización de los personajes, habitantes de una isla en medio del mar ─ «debajo de la A de Atlántico», nos explica el joven Flint─ hasta el anquilosado y pretérito sustento que les mantiene ─el mercado de sardinas, prácticamente único alimento que ingieren─, pasando por la mecánica disposición de su minúsculo trazado urbano residencial y por los mismos protagonistas de la historia, a saber un desquiciado y esquizoide muchacho pseudo científico, su padre, todo bigote y cejas (James Caan), una meteoróloga frustrada por su propia inteligencia (Anna Faris), un alcalde megalómano (Bruce Campbell), un policía exaltado propenso a la pirueta (el mismísmo Mr. T), y una ex estrella infantil que no ha abandonado el pañal al crecer (Andy Samberg), estamos ante una propuesta supuestamente enfocada a un palco familiar, pero en cuyo resultado encontramos más bien una apuesta sin audiencia concreta a la que enfocarse, hiperbólica, lisérgica y ultra acelerada, que asemeja lo que vendría a resultar el hijo bastardo de la unión entre Terry Gilliam, Roald Dahl y Roland Emmerich.

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